sábado, 22 de agosto de 2015

Arriba de nosotros, un gigantesco avión se desliza en cámara lenta

En 2014 Guadalupe Chirotarrab me invitó a hacer una muestra individual en Miranda Bosch, nuevo proyecto galerístico de Eleonora Molina en un petit hotel en Recoleta. La propuesta fue trabajar sobre piezas mobiliarias para ese lugar específico. En agosto de 2015 inauguramos la exposición, que ocupa cuatro salas de la casa con objetos, fotos, grabados y una instalación. Tiene la particularidad de ser como 4 muestras a la vez, quizás sirva como una presentación más completa de mi trabajo.
A la inauguración vinieron muchos amigos. Les estoy tan agradecida!
Sigue hasta el 10 de septiembre, de lunes a viernes de 12 a 19 hs, en Montevideo 1723.
Estas fotos son caseritas, antes de que el iluminador realizara su tarea, como adelanto.

Planta baja, sala 1

Planta baja, sala 2

Planta alta

Entrepiso

Texto curatorial
Dicen que las pequeñas contrariedades son las más intolerables, como aquellas que describe G. K. Chesterton a raíz de la torcedura de uno de sus pies. Pero ocurre que tales contratiempos pueden valer la pena. El escritor inglés reivindica los obstáculos más simples porque le permiten percibir el mundo con mayor claridad: “Si desea darse cuenta de la espléndida visión de todas las cosas visibles, cierre un ojo.”
Marcela Sinclair parece seguir el consejo y se dispone a curvar, cubrir o amputar objetos que la enfrenten a accidentes tan ínfimos como incómodos todas las veces que encuentra a su alcance. Su práctica sucede en forma de entrenamiento. Parece ejecutar un programa basado en teorías neurocientíficas que ponen a prueba las capacidades propias de la inteligencia humana: intenta responder de manera flexible a situaciones múltiples, sacar provecho de circunstancias imprevistas, hallar sentido en ideas incongruentes, encontrar semejanzas en lo diferente, descubrir diferencias en lo similar y reconocer la importancia relativa de los elementos en cada situación.
Una vez elegidas sus víctimas, Sinclair se pregunta mil veces por dónde cortar exactamente, qué ocultar y qué no, de qué desprenderse. Tras días de buscar el sitio en donde va a ubicarse cada cosa, pasa la caladora o el cutter, tensa los materiales y se abren las grietas por donde espiar lo que aparece en cada desvío.
Desde la vereda de la calle Montevideo, las rendijas deformes de una persiana dejan entrever el hall suntuoso de cuya arquitectura emergen fracciones de muebles. Las salientes de Sinclair flirtean con las fallas de un modo tan insistente que creería que la belleza clásica que portan viene por defecto. Su ojo más hábil, hechizado por tradiciones como la abstracción geométrica, el neoconcretismo o el conceptualismo, ya es incapaz de ver de otra manera. El otro es el que le permite posar objetos con los cuales tropezar para reaprender lo que se tiene por delante. La eficacia de sus intervenciones nos hace olvidar que lo que está haciendo es arte mediante situaciones que nos enredan sigilosamente hasta entregarnos a la disfuncionalidad de las cosas por el sólo hecho de haber encontrado su lugar en el mundo.
 Los cuerpos encarnan desplazamientos estáticos. Mutilados o casi ausentes se encastran y sumergen en el espacio con tal precisión que todo incidente se transforma en el mejor destino posible. Como las gasas empapadas de ingravidez que transcriben la forma de objetos invisibles. Las superficies se autoafirman opacas y traslúcidas en simultáneo. Son tan ligeras como los pequeños ensambles que levitan inútiles con cierto erotismo en el vacío blanco de la hoja. Las catástrofes minúsculas alteran el orden regular de la materia hasta ingerir el espacio entero.
En otro ejercicio compulsivo de sustracción, la objetividad de unas fotografías tomadas por el padre de Sinclair en el 68 en Buenos Aires, a pocos años de la publicación de aquellas Twentysix Gasoline Stations californianas, se reencuadran o bien degluten alguna figura geométrica mediante cortes que anulan el carácter prosaico de las tomas. Cada intervención de Sinclair es una afección suspendida de un cuerpo sobre otro. En ese umbral milimétrico es donde se asienta la vitalidad de los sentidos alterados. Ahí están en desequilibrio, justo antes de colapsar.


Guadalupe Chirotarrab

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